miércoles, 31 de octubre de 2007

CAPITULO 2



El RELOJ

El viejo curvó la espalda sobre la mesa de trabajo y pareció meterse dentro del estuche de roble enmohecido donde yacía el mecanismo.

- Gardelia, alcanzame esa herramienta- señaló con su índice, sin sacar la cara de la caja.- Hmm… No sé si echará a andar Está como yo, a punto de soltarse alguna cuerda.

Ella lo miraba atenta, sentada en el banquito, dispuesta a atender cada requerimiento del anciano. La ansiedad por ver funcionar el objeto vetusto la devoraba.

La campanilla de la puerta del local sonó.

- Atendé.

Gardelia se acomodó apenas el pelo con las manos y salió de la trastienda:

- ¿Está el viejo?- preguntó secamente un hombre oscuro, con un traje de goma oscuro, y con las patas de rana en la mano chorreando y ensuciando la alfombra.

Ella titubeó un instante, lo que le sirvió al sujeto para insistir.

-Decile que quiero la plata, ya!.

La muchacha retrocedió de cara al hombre, tambaleándose.

- Qué modales son esos! – salió al encuentro el anciano, ahorrándole a la chica una excusa.

- Quiero mi plata.

- Tené paciencia… No sé si va a funcionar. Si no funciona no vale nada.

- Mañana vengo y quiero mi plata o el reloj- dijo roncamente el hombre- A mí no me vas a pasar viejo ladino- concluyó mientras salía del local sin más.

- Si vuelve mañana no le vamos a abrir- le dijo el viejo asegurándose que ella entendiera.

Ella quedó preocupada pero sabía que el anciano lidiaba a diario con ese tipo de sujetos. Los Sapos del Abasto, Ranas de Almagro, Los Bagres del Once. Escuadrones apenas organizados por el municipio, con precarios permisos para rescatar de los edificios semihundidos, bienes que ya no tenían dueño.

En el mejor de los casos.

Ella misma cuando era muy chica fue testigo cuando éste tipo de sujetos rapiñaron los cuerpos ahogados de un colectivo sorprendido por la inundación.

El viejo siguió trabajando febrilmente en el reloj todo el día pero a medida que transcurrieron las horas fue perdiendo el entusiasmo. Las piezas en su mayoría oxidadas, no resistían. El mismo reloj había sido vencido por su propio amo, el Tiempo.

- Estoy muy cansado Gardelia, me voy a dormir… Ocupate de cerrar todo.

Ella se quedó tomando unos mates, mientras revisaba las puertas. Se quedaría un par de días a dormir por pedido del patrón.

Encendió un par de velas gastadas ya que hoy tampoco habría energía eléctrica y se dispuso a acostarse temprano. No había otra cosa para hacer.

Ya en la cama se dedicó a fantasear. Su único pasatiempo. Una vez más en su mente construyo detalle por detalle al enamorado. Lo vistió, peinó y perfumó, aunque hoy sería otro el escenario. Hoy irían al cine.

Gardelia se entretuvo mientras sentía su corazón latiendo presuroso.

Algo se sumó a ese ritmo. Algo que tardó en reconocer y que era como un repiqueteo que imitaba su pulso. Se dio cuenta que provenía de la trastienda.

Era el reloj.

Saltó de la cama y corrió a verlo.

Se sentó frente al artefacto que funcionaba indiferente.

El cuadrante de porcelana reflejaba la luz fantasmal de la vela cercana.

El péndulo, apenas visible, hacía su recorrido entre cada tic tac de madera y metal, como respiraciones de un moribundo.

Gardelia, fascinada con tan poco espectáculo, se sentó a esperar que la aguja mayor marcara la hora en punto. Faltaban pocos minutos.

Espero y ensoñó.

Esa imagen frente a ella se fue transfigurando hasta convertirse en un reloj colosal. El del frente del Antiguo Mercado, sobre la Av. Corrientes. El cuadrante de porcelana ahora era negro y en el centro del gran vitral el péndulo enorme, colgaba como una guillotina, descendiendo cada vez más a la vereda mientras los transeúntes caminaban como si nada.

El gong dulce y preciso de las 22, invitaba a todos a entrar al gran edificio mientras el golpe implacable del pendular mecanismo seccionaba cabezas y miembros de los peatones que se movían hipnotizados.

Después de la última campanada todos los engranajes se detuvieron. Ella no se animó a darle cuerda por miedo a romperlo.

Había sido como una expiración final. El último esfuerzo de la máquina.

Se acostó cansada. Mañana el viejo se ocuparía.

- Gardelia. ¿Estás levantada?. ¿Vos tocaste el reloj?- preguntó el viejo a la mañana siguiente- Vení, cebate unos mates.

Ella media dormida no recordaba lo sucedido y se dispuso como todas las mañanas a cumplir las tareas que formaban parte del trato.

El viejo maldecía y parecía que la solución definitiva dependía que él metiera medio cuerpo dentro del artefacto.

Ella ni se preocupó por comentarle nada y se ensimismó en acomodar el escaparate de la vidriera y pasar el plumero despelechado.

A media mañana alguien forcejeo la puerta de entrada que estaba cerrada por precaución.

Ahora eran tres los hombres oscuros que venían con las patas de rana puestas.

Ella les indicó del otro lado del vidrio que se las sacaran y los dejó entrar.

Los sujetos parecían consternados y a Gardelia sin saber por qué le inspiraron ternura.

- Piba, llamá al viejo.

Don Vicente salió a recibir a los sujetos con una llave inglesa en la mano. No estaba arreglando nada con esa herramienta.

- Qué necesitan-

Dos de los tres se echaron a llorar desconsolados mientras el tercero, aclaró:

- Se murió el Cacho.

- ¿Quién?

- El Cacho… El que le trajo el reloj.

- ¿Ese?

- Si, anoche.

- ¿Cómo?

- Habíamos salido con la lancha porque teníamos una fija… Un dato. Estee. Había que levantar unas cosas de la Chacarita… y pasó lo que nunca… Se cayó el Cacho, queriendo manotear la linterna que se le refaló de la mano…

-¿Y?

- Y… la hélice lo cortó en fetitas.

El viejo quedó un momento consternado pero inmediatamente se repuso

- ¿ Y qué quieren ustedes acá?.

- Y… la plata del reloj. Por lo menos que le sirva pa’l entierro.

- Ese reloj no sirve- se lamentó el viejo y se dispuso a traérselos.

Al volver con el aparato trajo también un sobre.

- Tomen.Y acá tienen unos pesos para el entierro.

Gardelia les abrió la puerta de vidrio a los tres hombres que salieron sin decir palabra cargando el reloj como un pequeño féretro.

-A qué hora murió- preguntó invadida por una extraña sospecha.

-A las diez de la noche. ¿Por qué?.

- No, por nada.
























sábado, 27 de octubre de 2007

CAPITULO 1


GARDELIA

Los brazos fluorescentes de la enredadera envolvieron a Gardelia. El contacto áspero de los pelos vegetales le producía una sensación conocida. Le traían recuerdos muy primitivos. Una reminiscencia de haber estado en los brazos de alguien muy familiar.

Un aroma empalagoso la embriagaba mientras los lazos colosales de la planta la sujetaban cada vez con más firmeza. Empezaban a sofocarla.

La fuerza de la planta la arrastraba hacia la oscuridad del pantano mientras ella se resistía forcejeando y debatiéndose entre el placer y dolor.

Cuando estuvo a punto de abandonarse a la voluntad de aquello más poderoso, un resplandor dorado y circular fue imponiéndose frente a ella disipando toda inquietud.

El sol asomando por la ventana, la devolvía a la realidad de su departamento, aunque persistía aún el aroma de la Campanula gigante que trepaba varios pisos hasta su balcón. La flor empezaba a cerrarse para volver a abrirse a la noche, en un ritual lunar exacto.

Sintió en su cuerpo y en las sábanas la humedad ahora fría, del sudor.

Un pudor sin explicación la invadió. En los últimos meses algo estaba cambiando en su cuerpo.

Eran muchos cambios a la vez.

Comió algunos trozos de galleta con unos mates y se asomó al balcón. Le parecía irreal que a partir de hoy empezara a trabajar en la “catedral“, como ella lo llamaba. El antiguo Shoping y aún más antiguo Mercado del Abasto.

Era de los pocos edificios de la ciudad cuya estructura había resistido la gran inundación del 2042. Hacía ya ocho años que la historia del mundo se empezaba a rescribir en nuevos escenarios.

Buenos Aires, como cientos de ciudades a lo largo y ancho del planeta, estaba sumida en la anarquía, organizada apenas en comités barriales abandonados por el poder central.

Las autoridades institucionales y el poder económico habían huido al interior junto con el grueso de la población.

El clima ahora tropical era apenas soportable. La radiación excesiva por problemas en la atmósfera estaba empezando a hacer mutar a plantas e insectos en tamaños descomunales.

-¡Animal del Demonio!- Gardelia escuchó a su vecino del otro lado del muro.

Un golpe brutal hizo temblar la pared tirando del estante a sus muñecos preferidos

Como todas las mañanas sonó el timbre de su departamento y ella resignada abrió.

- Disculpame piba. Pero cada vez que ato a la bestia para salir a trabajar empieza con las patadas- dijo el hombre precipitándose sobre Gardelia

- No se haga problemas- respondió ella empujando con una mano al vecino maloliente, mientras con la otra presionaba la puerta para que el tipo no entrara.

Otro golpe más y minutos después vio al sujeto con su mula cruzando el puente colgante con precario equilibrio.

Cómo podía ser que hasta la semana anterior ella estuviera cuidando gallinas y dando de comer a los cerdos de ese vecino tan desagradable que se dedicaba a usurpar departamentos para tales propósitos . Le parecía increíble y lejano.

Increíble, como también que hubiera sido rescatada de esos menesteres por su nuevo patrón, un anciano anticuario que junto con otros comerciantes se había instalado en el interior del gran edificio de la calle Corrientes. El rubro había prosperado.

La ciudad escondía miles de tesoros abandonados en sótanos y departamentos. Pertenencias que la gente no había podido llevar consigo.

Comerciantes de países ricos que estaban mejor organizados venían a llevarse por poco dinero los restos. Sin contar los piratas asiáticos que instalaban sus barcos a pocos kilómetros de la costa y saqueaban de noche la ciudad, incursionando cada vez con mayor audacia.

La ciudad no era segura. Pero Gardelia sabía defenderse.

Casi como un reflejo matutino, entre mate y mate, se dedicó a revisar el arpón neumático. Controló el mecanismo del arma, las puntas intercambiables, el rollo de cable de acero. Luego la soga y los arneses que utilizaba también para su deporte favorito: entraba y salía de su edificio colgada de las paredes exteriores, como lo hacían otros chicos del barrio.

Estaba tan concentrada que no se dio cuenta que alguien pendía afuera como una araña sostenida por su tela.

-¡Ay, estúpido!- reprochó ella a un amigo que le hacía morisquetas boca abajo en el vacío – ¿Qué querés?

El mantenía la pose estrafalaria.

- ¿Qué querés, tarado?

- ¿No íbamos a salir?

- ¿Adonde tonto?

- A salir, qué se yo. ¿O tenés que ir a darle besos a los chanchos?

- Eso se acabó, nene… Ahora voy a ser anticuaria.

El muchacho en lugar de soltar la carcajada empezó a girar peligrosamente en el aire como gesto de burla.

-Vos reíte, ignorante.

Como ella se mantuvo indiferente el muchacho incrédulo desapareció.

Gardelia se acercó al espejo y se dedicó a arreglarse. Peinó infinitamente su cabello. Una y otra vez, y en cada movimiento suave podía entenderse un anhelo secreto. Una promesa no dicha, a cumplir.

Ella era una flor que despertaba al mundo una vez más sin importar las circunstancias.

Emprolijó su ropa gastada y antes de salir acomodó los muñecos derribados. Llevaba a cada uno a su lugar en el estante repasando con cuidado en su mente el recuerdo correspondiente. Despacio, uno por uno.

Quizás fuera la última vez que se tomaría ese trabajo.

Pero faltaba una muñeca. La “rayito de sol”, que le hubiera regalado el anticuario hacía pocos meses.

Revisó en el piso, sobre los pocos muebles, debajo de la cama. ¿Dónde diablos estaba?

Y se dio cuenta al ver el brazo de la enredadera reptando milimétricamente dentro de su casa.

- ¡Otra vez vos!

Se asomó y de un tirón recuperó la muñeca que lentamente era robada por otro brazo de la planta.

¿Tendría que podarla de una vez por todas?

No se terminó de decidir. Tal vez también fuera una adolescente.

Después de asegurarse de no dejar nada a mano de la intrusa, tomó su mochila y se descolgó por la pared para presentarse en su nuevo trabajo.

Ya se le había hecho demasiado tarde.