martes, 22 de enero de 2008

CAPITULO 7


HUYENDO CON EL “SAPO”












Gardelia perdió interés en el muchacho al saber que era estéril. Sin embargo el sentimiento de protegerlo seguía intacto. Se preguntaba si eso era instinto maternal.

No importaba demasiado. Su pellejo también estaba en peligro y la supervivencia no daba tiempo para el análisis.

El “sapo” que no entendía un pito del asunto de la clonación escuchaba con recelo animal.

-Qué vamos a hacer piba?- preguntó el hombre rana.

- No sé… A mi casa no podemos ir. Ya sabrán adonde vivo.

-Y por qué te hacés cargo de éste tipo?

Gardelia fingió no haberlo escuchado. No tenía respuesta.

- Decime Sapo, conocés algún lugar para borrarnos del quilombo por unas horas?

- Si , pero ustedes no tienen equipo-

- Hay que nadar?

- Si varios metros, acá abajo.

Gardelia siempre había intuido que el viejo shopping, “la catedral” como ella le decía, guardaba mayores secretos.

Se quedó mordiéndose las uñas tratando de pensar quien podría ayudarlos.

-El viejo tiene guardados unos trajes- sugirió el hombre engomado.

- Qué viejo?

- Don Vicente-

- En el negocio?

- Sí.

- Pero no tengo la llave.

- No importa. Hay una manera de entrar.

El “sapo” entusiasmado como un chico encendió su linterna y se precipitó sobre una escotilla obligando a los jóvenes a seguirlo por escalinatas y tubos de ventilación interminables.

El kimono de Gardelia hecho jirones y el esmoquin irreconocible de Carlitos se enredaban en las puntas metálicas de los orificios.

Ella fastidiada por el desaliño y el calor, mataba a mano limpia toda clase de alimañas que se cruzaban reclamando su territorio, mientras el muchacho que iba detrás, protegido, solo murmuraba cada tanto “¡Que ircerdio!”

Un chirrido los paralizó.

El sapo hizo un ademán para que los chicos se acercaran.

- No se asusten. Es “Vagó”, si no lo miran fijo no hay problemas- aseguró, como si la breve explicación bastara.

Mientras se encolumnaban en cuatro patas otro potente chillido, desconocido para Gardelia, la hizo desenfundar.

El Sapo con gestos trató de calmarla pero el instinto ingobernable de Gardelia le hizo mantener el arma en alto.

En una bifurcación del tramo, el guía del trío sudando más de lo habitual giró hacia el lugar equivocado.

Allí estaba, a escasos metros, “Vagó” un ratón de cincuenta kilos entretenido en la masticación de un bicho que había cazado, mientras miraba a los intrusos con ojos redondos y desalmados.

Tenía un collar de seguimiento con su nombre en letras negras y el pelo a pesar de la escasa luz, brillaba saludable y acicalado.

Gardelia apuntó para tirarle pero el manotazo salvador del Sapo evitó la muerte del animal que aprovechó para huir entre las sombras.

- Pará che…Pará… A ver si lo tengo que garpar yo- Gardelia no comprendía- Ese animal vale un huevo. Se lo compraron a un laboratorio norteamericano para que limpie el bicherío.

Gardelia erizada de punta a punta, trató de calmarse mientras Carlitos yacía desmayado a sus espaldas.

- Vamos Carlos- volvió a sacudirlo una vez más.

El apenas entreabriendo los párpados farfulló:

-“… y un gato de porcelana para que maúlle el amor…”

-Vamos nene, no boludees- insistió Gardelia sacudiendo lo que quedaba de ambas solapas.

Repuestos, siguieron adelante con el temor latente de cruzarse de nuevo con el abuelo de todos los roedores hasta que por fin el Sapo levantó una tapa de madera y asomaron los tres, del interior de un arcón antiguo, en el local de antigüedades.

-Llegan tarde.

Gardelia en la penumbra reconoció la voz de su patrón y el crujido provocado por el vaivén de su mecedora predilecta.

-Nos esperaba?

-Por supuesto.

La voz del viejo no era la habitual. Traslucía en el decir un misterio.

-Sabe para qué vinimos?- insistió asombrada Gardelia.

- Si. Sobre la camita del fondo están los trajes.

El tono de voz calmo y profundo de Don Vicente le otorgaba una autoridad diferente.

Pasaron con Carlitos a la trastienda mientras el Sapo se quedó como un soldado fiel parado junto al viejo.

Mientras se desvestía frente al candelabro con una escasa vela, su perfil, como una luna menguante, reflejaba la blancura de sus contornos para Carlitos que no acertaba a desabrocharse ni un botón.

- Qué te pasa? Nunca viste una mujer desnuda?... – enseguida reflexionó irónica- Claro…A vos nunca te dieron la teta.

Carlitos abochornado bajó la vista y se cambio en silencio.

Gardelia ya lista esperó que su improvisado compañero de aventuras terminara de cambiarse mientras le advertía que no se apoyara en la vitrina de relojes apilados.

Sus nervios dijeron basta y apenas sentada en el borde de la cama cayó en un breve pero profundo sueño:

Se vio caminando descalza en una playa y cada vez que las olas volvían al mar, dejaban al descubierto sobre la arena, esferas planas de vidrio y metal plateado que Gardelia iba recogiendo y echando en un saco de cuero. Eran relojes de bolsillo antiguos con sus tapas filigranadas y cuadrantes con números romanos sobre porcelana.

Una marea semejante a una cresta roja, asomaba en el horizonte.

Mientras caminaba entre los preciados objetos que exhibían oro y piedras en tapas y contratapas, aparecieron con cada nueva ola serpientes y peces deformes presagiando el fin de la bonanza.

Ahora le costaba separar su cosecha de los seres cada vez más aberrantes.

Una ola de sangre caliente se abalanzó sobre ella y el sofocón fue inevitable, justo en el momento que una larga silueta de anguila negra se interponía frente a ella.

-Cómo me queda?-quiso saber Carlitos con el nuevo modelo extra- holgado de goma.

Acalorada, Gardelia se despertó y lo apartó bruscamente para volver al frente del negocio.

- Ya está Don Vicente. Estamos listos.

El viejo que apenas se dejaba ver en la penumbra le ordenó:

- Sentate un momento querida Gardelia. Tenemos que aclarar lo que está sucediendo.

(Continuará)