miércoles, 3 de septiembre de 2008

CAPITULO 11


EL ARBOL DE LA VIDA VERNÁCULO












Las chicas estaban dispuestas a todo.

Martita furiosa, trató de calmarse . Sentía la responsabilidad de sacarlas de esa trampa.

Encima Gardelia, parecía una boba que no reaccionaba; sus fuerzas no volverían tan pronto y eso era un problema. En su estado no era factible un escape a sangre y fuego.

A Marta se le hacía difícil pensar con el viento ululante de la sudestada y las voces amenazantes de los tipos, que ahora se escuchaba en los pasillos del edificio.

Algo debía ocurrírsele y pronto.

Las amigas en guardia, parecían soldados anhelantes de una orden. La que fuera.

Con la mirada concentrada en un punto cualquiera, trató de razonar la situación. Seguramente ya no contarían con los gomones doblados y escondidos en el sótano. A ésta altura estarían en poder de los lancheros; lo mismo que todas las pertenencias y provisiones para el viaje.

Las miró fugazmente a cada una y se dio cuenta que tampoco aceptarían entregarse. Por ende salir por la puerta sería lo mismo que mandar a las chicas a la muerte. Ninguna de ellas se dejaría atrapar con vida.

A ésta altura era inútil convencerlas de algún beneficio de deponer las armas.

Mientras consideraba las opciones, un pequeño golpeteo en la ventana fue creciendo.

Las ramas de un árbol de soja eran sacudidas cada vez con mayor violencia contra el costado del edificio.

Esto la distrajo y recordó que ese arbusto devenido en árbol mutado para aumentar el rinde por hectárea , era ahora por ausencia de carne vacuna, la base de la alimentación proteica para toda la población urbana.

Martita volvió a concentrarse en otras opciones: Podía entregar a Gardelia para garantizar el bienestar de todas. Lo pensó como una posibilidad e instantáneamente sintió que el corazón se le estrujaba.

¿Y si ella misma se ofrecía como única responsable para sufrir el castigo y así dejar a salvo a las demás? Esa era una buena solución... Pero, quien se haría cargo de cuidar a su amiga. Tampoco estaba segura de que las chicas sin la guía suya, saldrían adelante con sus vidas.

Luego de considerar otras opciones no viables se empezó a desesperar mientras veía como las ramas cargadas de porotos parecían animadas por algo más que la fuerza del viento y creyó ver en el movimiento una intencionalidad.

Entonces Martita se dejó invadir por una mentalidad mágica.

Abrió la ventana y pretendió entender que el árbol que ascendía más de veinte metros pegado al edificio, insistía en captar la atención de ella.

Instantáneamente comprobó que las ramas se estiraban por la fuerza del viento con tal elasticidad que rozaban no solo su edificio sino también los vecinos.

Sería arriesgado pero posible salir en la penumbra a pesar de la intensa lluvia y cruzar por los brazos cargados de porotos hasta el edificio lindante.

No lo volvió a pensar. Comunicó la decisión a las chicas para que se alistaran con sigilo.

Trajeron a Gardelia que apenas podía mantenerse en pie y le murmuraron el plan que apenas entendió por el estado en que se encontraba. Le prepararon unos arneses que la mantendría a salvo, mientras oyeron avanzar a los sujetos en la escalera interna del edificio.

- Vengan hijos de p..!- gritó Marta de es profeso, pegada a la puerta para demorar la irrupción de los brutos en la casa.

Acto seguido, las jóvenes se agolparon en la ventana y se dispusieron a descolgarse por el árbol.

Al resguardo de la oscuridad, una a una, se aferró al ramerio como si se tratase de un ser querido que hubiese venido al rescate.

Cuando fue el turno de Gardelia que era asistida por dos chicas, de repente dejó de llover.

Nadie se percató de la coincidencia y reptaron entre el abarrotamiento de hojas y porotos que les servían de camuflaje.

- Apaguen esa linterna- ordenó Martita- ¿Son taradas?- insistió separada unos metros del resto.

Las chicas repitieron la orden hacia atrás donde supuestamente alguna había cometido el descuido.

- Me escucharon?- insistió Marta más que molesta por el riesgo de ser delatadas por la luz tenue que persistía.

Se dejaron resbalar por los troncos mojados sin dificultad, en dirección del edificio vecino. Abajo se escuchaban los botes y lanchas golpeando sus bordas, abigarrados, esperando el asalto final a la vivienda que ellas habían abandonado.

Algo similar a una explosión seca reventó la puerta y le siguieron los gritos de intimidación.

Las chicas no se detuvieron a pesar de los insultos y maldiciones que provenían de todas las direcciones en la oscuridad completa.

Mejor dicho casi oscuridad, porque la frágil luz aún permanecía entre ellas.

Martita echa un demonio, pasó la orden de revisar las mochilas por si alguna bengala química se había roto. Y tampoco resultó.

Después de oír a las embarcaciones chocar entre saliendo en busca de las chicas, sobrevino el silencio. Ellas siguieron hasta llegar a la pared del otro edificio.

Marta buscó la ventana más próxima mientras con una mano desenfundó su arpón y con la otra se restregó los ojos porque no podía comprender el panorama que se le presentaba.

Varios chinos vestidos íntegramente de blanco, blandiendo pañuelos a modo de tregua, se persignaban y con gestos algo confusos, ofrecían ayuda.

Martita apuntó con precisión en la frente de uno de ellos pero dudó al ver la sumisión total de la futura víctima. Incluso parecía dispuesta al sacrificio.

Le llevó una eternidad de algunos segundos decidirse. Podía matar a varios en ese preciso momento pero la actitud de los hombres la desorientaron.

Una trampa, pensó. Y disparó al cuello de uno de los sujetos. Sin embargo la reacción no fue la esperada. Corrieron a un costado al mal herido e insistieron en ayudarla.

Marta, ahora sí desencajada, se rindió ante la actitud no violenta de los chinos. Y se volvió hacia las chicas para informarles que unos tipos las iban a rescatar.

Todas obedecieron y una a una fueron ayudadas a entrar al pasillo del edificio.

No podía entender los gestos ni las palabras que sonaban por demás amistosas, mientras uno de ellos intentaba refregar los restos de sangre del herido de muerte que habían evacuado.

Cuando estuvieron casi todas a salvo, los chinos evidenciaron que estaban más preocupadas por las dos o tres que faltaban. Entre ellas, Gardelia.

En ese mismo instante todos los hombres se abocaron a la tarea.

Martita se percató que junto con Gardelia ingresaba al corredor un resplandor vaporoso iluminando el ambiente, mientras varios de ellos se postraban orando y llorando en su idioma.

Gardelia no entendía nada. Martita, su mejor amiga, menos.

Lo único que pudo descifrar de un chino de empalagosa amabilidad y dudoso castellano, refiriéndose a si mismo:

- Ca-tó-lico... Pos-tólico... Ro-mántico.

Continuará.