miércoles, 5 de diciembre de 2007

CAPITULO 4



LENTES NEGROS





Un beso no alcanzaría.


La urgencia de sentirlo dentro suyo le daba la autoridad para poseerlo.


Ella había entrado en la casa del extraño vecindario sin pedir permiso y lo había tomado como debía tomarse una fruta fresca, robándola.


Lo desnudó arañando la ropa y la piel tensa que cubría una musculatura caliente, húmeda y convexa


El muchacho indefenso, aceptaba el placer con temor, mientras ella recorría su cuerpo con manos, nariz y boca; olía y saboreaba algo virgen.


Gardelia, vaciada de toda identidad, era solo un cuerpo hueco que buscaba llenarse, completarse. Como una serpiente estrechaba su carne a la del muchacho como si los huesos se hubieran dislocado para permitir la unión final.



El altavoz de la prefectura retumbó en el departamento de Gardelia y en todo el barrio:


- Ciudadanos, asistan a empadronarse para conformar las listas de evacuación que serán las últimas vacantes de éste año para ser trasladados a los diferentes destinos del país…


El vociferar metálico le arrebataba de los brazos al amante en la cúspide del clímax, quien huía descubierto por la moral de la vigilia.


El sueño de la mañana que ahora se escapaba, era el más deseado porque podía modelarlo a voluntad.


Se levantó con fastidio; debía cumplir un horario y no podía permitirse seguir ensoñando un final placentero.



El que se dio cuenta fue el balsero de la cuadra, Pepe.


- Que carita piba. Ni un buen día me vas a regalar hoy?.


Gardelia se sentó hosca y muda junto a los trabajadores.


Bastaban dos cuadras del trayecto para semblantearse en silencio como único rito social de la mañana.


Vendedores, gente de limpieza, y vigiladores entre los que había un muchacho de anteojos negros que desde el primer día no le quitaba la mirada de encima. Los cristales anónimos pretendían acosarla.


Sería esa la última vez.



Pepe alternaba entre remar y dar palazos en el agua para amedrentar el hambre de los perros que gruñían sobre los camalotes gigantes que boyaban a la deriva.


- Juira… Juira…- sonaba pintoresco el viejo, hasta que a nado, un dogo clavó los dientes en el remo, obligando a Pepe a soltarlo.


El gaucho devenido en marinero se vio sorprendido y cuando se repuso, tomó el segundo remo que fue a parar de nuevo a la boca de la bestia quien se sirvió de ésta ayuda impensada para subir toda su magnitud canina.


Sin haberlo imaginado la pequeña balsa se había convertido en un improvisado cuadrilátero con espectadores inconsultos y dos representantes genuinos de la argentinidad separados por un trozo de madera.


Por un lado los ojos inyectados de sangre en el animal ya desde el vamos alterado genéticamente y por el otro el orgullo genuino e irracional del balsero.


El forcejeo resultó interminable.


Como es propio en casos extremos, cada uno quedó en evidencia:


El terror paralizó a unos , la inutilidad se apoderó de otros y la estupidez se atolondró en el cuerpo del muchacho de lentes oscuros que tomó al perro por la cola y pretendió separarlo, lo que desató mayor furia aún en el can.


Gardelia que permanecía alerta desde el primer instante, saltó sobre el muchacho, le aplicó una llave para que soltara al bicho, y de los fundillos lo devolvió a su lugar sin mediar palabras.


A continuación midió el encarnizamiento del animal y la obnubilación del hombre. Segura de que ninguno de los dos abandonaría su actitud, optó por lo más simple, tomó envión y tiró a ambos al agua.


Mientras quedaba Pepe arreglando sus asuntos fuera de la borda, Gardelia dio una orden terminante que todos aceptaron sin cuestionar : “A remar con las manos”


Sin peros y a pesar de la amenaza de los otros canes, se empeñaron para llegar a una puerta lateral del ex shopping donde amarraron y se dispusieron a ingresar a trabajar.


Ella como si nada, se acomodó el pelo con las manos y estiró su modesta ropa para encolumnarse en el ingreso, como una más.


- Que bueno que actuamos rápido- escuchó Gardelia una a voz canchera y conocida que venia de atrás en la fila- evitamos un desastre- se animó aún más, tratando de asegurarse un lugar protagónico en la anécdota del día.


De repente el muchachote gris de todos los días se pavoneaba como si de él hubiera dependido la resolución de lo acontecido.


Gardelia trató de pasar por alto la tontera pero inmediatamente recordó las pretensiones de macho alfa del sujeto, durante los viajes matutinos.


- Por que no me acompañàs hasta el negocio donde trabajo. Te quiero mostrar algo- le susurró Gardelia discretamente.


El chico se sacó los de sol y con actitud bien de langa le guiñó cómplice el ojo.


Segura de que el anciano llegaría media hora más tarde, lo hizo entrar al negocio todavía a oscuras y le pidió que se desnudara sin hacer ruido, y que solo se dejara puesto los lentes negros .


Lo dejó un momento y volvió con la “tirolesa”, una señora bastante mayor, habitante precaria del subsuelo del mercado, todavía muy activa y dispuesta para el amor, a quien le hizo jurar que no emitiría ninguna exclamación amorosa que dejara traslucir su acento alpino.


La mujer agradeció discretamente como si le hubieran ofrecido un tentempié y se adentró en el local mientras Gardelia hacía de campana.


Transcurrido el breve lapso el muchacho salió presuroso y mal vestido con los anteojos negros todavía puestos.


Gardelia a pesar de las gafas, descubrió a través de ellas una mezcla de urgencia carnal satisfecha y humillación varonil.




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