miércoles, 26 de diciembre de 2007

CAPITULO 5


Mi Buenos Aires querido




Un trabajo extra. Nada desagradable por cierto.

La comunidad japonesa había donado al Abasto, los peces del jardín japonés, ahora inexistente .El primer subsuelo inundado fue alambrado y convertido en piletones donde las criaturas nadaban entreteniendo a los visitantes.

Gardelia más que feliz era la encargada todas las mañanas de tirar las pastillas potabilizadoras y alimentarlos.

El anticuario estaba celoso de que ocuparan a la chica pero a la vez sabía que la tarea le proveía una distracción alternativa a tanta sordidez.

- Vicente. Usted sabel que hoy venil un contingente lecién llegado de compatliotas pala visital el edificio – dijo el japonés presidente de la fundación Amigos de las Carpas del Abasto - posiblemente también le complen algo… Así que espelo que les haga plecio.

El viejo lo miró con simpatía calculada. No iba a perder la oportunidad.

- Y la chica- continúo- Quelemos que esté cuando llegue la gente.

- No hay problema, Yosiuoko …¡Gardelia vení!- llamó a la muchacha que estaba en el fondo del local- andá con el señor que te necesita.

Ella esperaba la invitación para salir del local lleno de cosas viejas que por momentos la deprimían. Quería solazarse debajo del techo abombado donde el sol entraba por cada baldosa de vidrio formando cientos de columnas de luz.

-Vos quelida te vas a palal celca de los peces para sacales fotos a nuestlos amigos- el nipón insistió - Vos tenés que estal atenta polque hoy viene un invitado especial-

A ella le daba lo mismo. Asintió con la cabeza y siguió concentrada en la sensación de bienestar que le provocaba el resplandor circundante.

- ¿No tenés otla lopa?-

Gardelia lo miró con ingenuidad sin comprender que las roturas de sus prendas no eran dignas para el acontecimiento a llevarse a cabo.

El hombre se alejó a su oficina que estaba a unos pasos y volvió con un kimono gastado pero aún colorido. Ella excitada lo examinó conteniendo la respiración y se lo puso en forma poco ortodoxa, mientras Yosiuoko contrariado masculló frases en su idioma, mientras se alejaba.

Gardelia quedó a solas junto a los peces que se arremolinaban en el borde atraídos no solo por la comida sino también por la vestimenta.

Mientras echaba el alimento vio su reflejo en el agua y se imaginó a si misma como una princesa oriental en su palacio, junto a la fuente alimentando a los peces que le tiraban besos con sus bocas mientras esperaban la ración.

Perdió la noción del tiempo y pasó largo rato jugueteando con el hambre interminable de las carpas, mientras fabricaba sobre la superficie del agua historias de amor, ahora con héroes de ojos rasgados.

El sonido enclenque y sucio del fonógrafo de su patrón la devolvió a la realidad. Sonaba un tango del “mudo”, por millonésima vez, amplificado por el eco que devolvía la enorme estructura .

El viejo había visto de lejos a los japoneses llegando a la puerta en una lancha y sabía que eran fanáticos del Zorzal.

Gardelia se agitó internamente como una novia a punto de recibir en la iglesia al prometido.

Unos veinte hombres pequeños se movían por el edificio sacando fotos a diestra y siniestra mientras eran cuidados celosamente por vigiladores argentinos.

Ella notó que era demasiada seguridad para un contingente tan chico, e inclusive los mismos visitantes resguardaban discretamente a uno de ellos.

Cuando estuvieron cerca del estanque ella trató de posar e inclusive sin darse cuenta achicó los ojos y ensayó una sonrisa nipona. Un calor ascendió hasta sus mejillas y tomó conciencia de su ridiculez, pero optó por hacer morisquetas para congraciarse con los hombres.

El que permanecía en el medio del grupo no parecía japonés y era muy joven a diferencia de los otros.

Sus rasgos le resultaban familiares.

Los visitantes le pidieron a una Gardelia desenvuelta que los ayudara ya fuera disparando sus cámaras ya fuera posando con el ropaje alegórico.

Ella intrigada quería conocer mejor al extraño joven. Trataba de acercarse como al descuido pero siempre alguien amablemente la mantenía a distancia.

Mientras los turistas parecían sentirse como en su casa y ensayaban palabras en castellano para simpatizar con Gardelia, uno de la custodia cayó al piso sin doblarse, como una columna. Todos quedaron helados y antes que nadie reaccionara otro de los argentinos se desmoronó mientras sonaba como único fondo “Mi buenos aires querido…”.

De boca al suelo, en la espalda del sujeto sobresalía un pequeño dardo con inscripciones que los japoneses reconocieron. Agachados trataron de moverse en bloque protegiendo al muchacho mientras un tercer guardia caía.

Gardelia se metió en el local de Vicente y volvió con su arpón. Reinaba el desconcierto general.

Ya eran varios los cuerpos caídos mientras unas sogas soltadas desde el techo dejaban en evidencia el ataque.

Corrió hacia donde estaban los turistas entre el silbido de los dardos. Yosiuoko agazapado entre los demás le explicó:

- Es la mafia china, que quiele secuestlal a Calitos-

Gardelia no entendió de qué le hablaban. Se movía instintivamente con el sentimiento de proteger al muchacho.

Con una autoridad desconocida sacó de entre el grupo al chico y corrió con la agilidad de un felino por los pasillos, arrastrándolo de la mano. Abría las puertas con patadas certeras y hasta parecía conocer pasillos intransitables.

Hasta que un chino le cerró el paso. Un hombretón con medio torso desnudo lleno de tatuajes avanzó para sacar del medio a la jovencita hablándole en su idioma con dulzura amenazadora.

Gardelia imitando la fonética del tipo repitió:

- No entenda…No entenda…- mientras empezó a rascarse la espalda.

El sujeto a escasos metros trataba de convencerla mientras ella se rascaba más fuerte como si tuviera un ataque de comezón . Así disimuló el desenfunde del arpón oculto y le disparó al sujeto.

El tipo con el fierro clavado en el pecho y un hilo de sangre en la boca siguió parado solo un instante más , tratando de convencerlos para que no huyeran.

- Lo mataste- dijo en perfecto castellano el muchacho que había llegado con el contingente

Ella lo escuchó sorprendida. Ahora también la voz le era familiar.

- Vos sos igual a…- se tapó la boca. No quería decirlo.

- Si, ya sé- dijo el muchacho bajando la cabeza- me llamo igual… Carlos… Carlos Gardel.

Gardelia estupefacta apenas murmuró:

- ¿Cómo puede ser?...-

- Soy un clon- dijo el muchacho avergonzado- Mis padres adoptivos son científicos japoneses y me crearon a partir de la pista de un disco de pasta de setenta y ocho.

- No puede ser- dijo con espanto.

Un ruido violento vino de muy cerca.

Tomó la mano de Carlitos y corrieron sin saber a dónde escapar.

Continuará.

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